Marta era una niña que tenía mucho miedo de la oscuridad. Siempre había sido tímida y retraída, y a sus padres les preocupaba que su comportamiento fuera un obstáculo en el futuro. Sobre todo porque no podía dormir sin una luz encendida y ya estaba bastante grande como para seguir en esa etapa.

Pensando en esto, decidieron conseguirle un perro guardián que a ayudara a sentirse más relajada. Este animal, un can enorme y al que le gustaban los niños, había sido adoptado en un refugio.

Pronto, la pequeña Marta y él se convirtieron en los mejores amigos. De noche, el perro se echaba junto a su cama y se quedaba dormido en la alfombra. Si la chiquilla llegaba a despertarse, bajaba una mano para que su mascota se la lamiera y así se tranquilizaba hasta quedarse dormida de nuevo.

Marta dejó de pedir que dejaran la luz prendida.

Tiempo después, sus padres tuvieron que salir a un compromiso a altas horas y por primera vez la dejaron sola. Ahora que tenía al perro, se había vuelto menos ansiosa y reía más.

—Regresamos antes de las cuatro de la mañana —le dijo su mamá a Marta mientras la arropaba.

Ya le había dado de cenar y ahora estaba a punto de quedarse dormida. La besó en la frente y se fue a la fiesta con su marido. Marta se sumió en un sueño profundo…

Poco después de medianoche, un ruido la despertó. Era algo como rasguños desesperados debajo de su cama. Muy asustada, bajó la mano para que el animal la lamiese y se relajó al sentir su lengua entre los dedos. Como el ruido había cesado, la niña se volvió a dormir.

A la mañana siguiente, Marta despertó y miró hacia el espejo. Luego soltó un grito de horror.

Sobre el vidrio, alguien había escrito una frase horrible con sangre fresca:

NO SOLO LOS PERROS LAMEN.

Marta miró hacia el suelo y soltó otro grito estridente cuando encontró a su querida mascota muerta a sus pies. Alguien lo había apuñalado con saña, de tal manera que murió desangrado sobre la alfombra. Y ella no lo había escuchado, no se había dado cuenta…

Cuando sus padres corrieron a su habitación, (al llegar de la fiesta se habían ido directamente a dormir), la encontraron agazapada en un rincón, pálida y sin repetir otra cosa que esta pregunta:

—¿Quién me lamió anoche?

Horrorizados ante la escena que se presentaba en la habitación infantil, llamaron a la policía, quien se presentó en el lugar de inmediato para investigar. Evidentemente, alguien había entrado la noche anterior en su ausencia.

Marta recibió un shock tan grande por lo ocurrido, que tuvo que ser internada en un psiquiátrico y nunca más se volvió a saber de ella.

La incógnita que atormentó a sus padres por muchos años, fue la de no saber quien había entrado a su habitación aquella noche y como sabía lo que tenía que hacer cuando ella bajara la mano.

Jamás se enteraron.